Biografía de nuestra Madre Fundadora
María Elena Cornejo Pazmiño nació el 11 de diciembre de 1874 en la casa de la Familia Demarquet, situada en la calle Angosta, hoy calle Benalcázar (según ella misma comentó a una de las Hermanas en una de las habitaciones con ventana a la calle) en la ciudad de Quito, Ecuador.
Sus padres fueron José María Cornejo y María Natividad Pazmiño, mujer piadosa, que pertenecía a la Tercera Orden Secular de San Francisco, supo educarla solícitamente por sí misma desde los primeros años. Sus abuelos maternos fueron Manuel Pazmiño y Teresa Mesa.
Recibió el bautismo el día de su nacimiento (debido al delicado estado de salud en que nació) en la Parroquia del Sagrario de manos del Sr. Cura Manuel Cabrera, siendo su madrina, una amiga de su madre, la Sra. Josefa Ramírez.
A los cinco años de edad, fue confiada a la esmerada educación de las Hermanas de la Caridad en la Escuela San Carlos, ubicada en el costado sur del convento de San Francisco.
A los diez años, solícitamente preparada por la Hna. Rosita Pacheco, Rosa Elena, como su madre la llama desde la más tierna infancia, recibe la Primera Comunión en la Capilla del Colegio de los Sagrados Corazones, junto a la Plaza de Santo Domingo (para dicha ocasión su madre buscó las más finas telas y los más delicados encajes y encargó la confección del vestido a la Sra. Mercedes Espinoza). Este acontecimiento marcó su espíritu con la más ardiente devoción a la Santísima Eucaristía.
Más adelante aprende bordado y costura, en el taller de la virtuosa señorita Juana Maldonado, lo cual le permite a la vez desarrollar sus especiales dotes manuales y artísticas y fomentar la piedad y devoción eucarísticas, cosiendo y bordando manteles de altar, velos y frontales.
Al cumplir los 17 años, el 27 de diciembre de 1891, deseosa de vivir su compromiso cristiano, ingresa en la Tercera Orden Seglar de San Francisco (inscribiéndose como novicia), en la que se distinguió por su fervor y la más fiel observancia de la Regla. Cumplido ejemplarmente el año de noviciado emitió su profesión el 1 de enero de 1893.
Una de las cosas más dolorosas que tuvo que pasar fue la muerte de su madre Doña Natividad, a los 38 años de edad, el 15 de agosto de 1893, de la cual lograría sobreponerse con su fervor de terciaria franciscana, sus servicios en la casa de la familia Demarquet y su trabajo de hábil costurera.
Ahondó cada vez más en las virtudes que caracterizaron su personalidad espiritual: desprendimiento de sí misma, decisión de entrega al servicio del Dios Altísimo, vivencia intensa de fe y amor al Señor Jesús del Evangelio y de la Eucaristía y a su Madre la Virgen María.
A los diez años, solícitamente preparada por la Hna. Rosita Pacheco, Rosa Elena, como su madre la llama desde la más tierna infancia, recibe la Primera Comunión en la Capilla del Colegio de los Sagrados Corazones, junto a la Plaza de Santo Domingo (para dicha ocasión su madre buscó las más finas telas y los más delicados encajes y encargó la confección del vestido a la Sra. Mercedes Espinoza). Este acontecimiento marcó su espíritu con la más ardiente devoción a la Santísima Eucaristía.
Más adelante aprende bordado y costura, en el taller de la virtuosa señorita Juana Maldonado, lo cual le permite a la vez desarrollar sus especiales dotes manuales y artísticas y fomentar la piedad y devoción eucarísticas, cosiendo y bordando manteles de altar, velos y frontales.
Al cumplir los 17 años, el 27 de diciembre de 1891, deseosa de vivir su compromiso cristiano, ingresa en la Tercera Orden Seglar de San Francisco (inscribiéndose como novicia), en la que se distinguió por su fervor y la más fiel observancia de la Regla. Cumplido ejemplarmente el año de noviciado emitió su profesión el 1 de enero de 1893.
Una de las cosas más dolorosas que tuvo que pasar fue la muerte de su madre Doña Natividad, a los 38 años de edad, el 15 de agosto de 1893, de la cual lograría sobreponerse con su fervor de terciaria franciscana, sus servicios en la casa de la familia Demarquet y su trabajo de hábil costurera.
Ahondó cada vez más en las virtudes que caracterizaron su personalidad espiritual: desprendimiento de sí misma, decisión de entrega al servicio del Dios Altísimo, vivencia intensa de fe y amor al Señor Jesús del Evangelio y de la Eucaristía y a su Madre la Virgen María.
Por fin, el 10 de diciembre de 1911 en ceremonia solemne presidida por el Rvmo. Sr. Vicario General del Arzobispado Pedro Marti, emitió su profesión perpetua en compañía de Sor Mariana de Jesús Avilés y Sor Gertrudis del Corazón de Jesús Montenegro.
El 10 de diciembre de 1912, termina el oficio de Superiora y se le encarga el oficio de Maestra de Novicias, cargo que ocupara durante 9 años, troquelando el espíritu de sus hijas con el ejemplo de su vida más que con sus palabras.
El 12 de octubre de 1921, el Capítulo convocados para elegir nueva superiora, elige por unanimidad a la Madre María Francisca de las Llagas.
El 26 de diciembre de 1927 terminado su periodo de superiora, es nombrada oficialmente Superiora de Sangolquí. En donde además de su labor educativa, colabora con el aseo de la parroquia, colabora en la Sacristía y promueve la devoción de los Jueves Eucarísticos.
El 3 de enero de 1931 es de nuevo elegida por el Capítulo, Superiora del Convento de San Diego.
El 29 de agosto de 1936 es elegida por unanimidad Superiora General y reelegida el 3 de enero de 1940.
El 21 de septiembre de 1942, es nombrada Superiora General Vitalicia, con el beneplácito y autorización del Excmo. Sr. Arzobispo de Quito, Carlos María de la Torre. Nombramiento que será ratificado el 28 de agosto de 1948 y pese a todo siempre conservó la actitud de violeta humilde y escondida.
En el mes de julio de 1950, en compañía de la Hna. Beatriz del Sagrado Corazón Rivadeneira, viaja a Roma con ocasión de la canonización de Santa Mariana de Jesús. En Roma pudo cumplir otro anhelo dulcísimo para todo corazón creyente, visitar Asís, patria de San Francisco.
En 1956 al desmayarse en el comulgatorio, las Madres habían convocado a 4 médicos, para que en junta detectaran la enfermedad y el diagnóstico fue una nefritis aguda. Esta enfermedad la soportó con mucha paciencia y serenidad, atendida celosamente por una enfermera, la Hna. Marcela Moreno y por el Doctor Antonio Carrillo que controlaba su enfermedad.
El 15 de agosto de 1960, agobiada por la edad, los trabajos y sufrimientos (para entones una elevada presión arterial le ponía en peligro de muerte). Con sabiduría y prudencia muy evangélicas renuncia a su cargo de Superiora ante el Capítulo General. Su renuncia es aceptada, pero se le designa Superiora General honoraria.
Al final de su vida pudo tener el enorme consuelo de ver aprobada su amada Congregación por el Santo Padre Juan XXIII, mediante el Decretum Laudis, expedido el 27 de abril de 1962.
Desde mediados de 1963 una afección renal persistente y la alta tensión arterial martirizaban su cuerpo y le mantenían postrada en el lecho de la enfermedad, pero la M. María Francisca lo soportaba con la más admirable paciencia y paz.
Debido a la enorme cantidad de visitantes que acudía a San Diego para saludar a la M. Francisca la R.M. Superiora se vio obligada a trasladar a la enferma de su aposento habitual a otro un poco más amplio y más accesible para las visitas. La M. María Francisca de las Llagas, sumisa y obediente en todo, se dejó trasladar a dicho aposento y con la más grande sencillez y humildad recibía a todos los que se acercaban a saludarla.
Para fines de agosto de 1964, los médicos habían reconocido que la vida de la M. Francisca se acercaba inevitablemente a su fin. El 2 de septiembre el Capellán de San Diego a petición de la R.M. Superiora General y con insistencia de la Comunidad le administró el sacramento de la Unción de los Enfermos. Ese mismo día a petición de un Sacerdote, la Madre Francisca impartió su bendición de Madre as sus Hijas trazando 5 cruces en el aire mientras con voz cansada pero clara decía “Que el Señor les colme a manos llenas de todas sus bendiciones y luces, que les de la salud, les conceda la salación eterna y les libre de todo pecado”.
En sus 62 años de vida religiosa, iba creciendo en Virtud sólida y probada. Hasta que, después de bendecir a sus hijas y encomendar el instituto a quien fuera su promotor y verdadero fundador, el Sagrado Corazón de Jesús, entregó su espíritu en manos del Padre Celestial el 24 de otubre de 1964 en la víspera de la fiesta de Cristo Rey, que en ese entonces se celebraba el último domingo de otubre a las 13H35, mientras en el coro sus hijas entonaban la Salve.
Dos días después, se oficiaron las exequias presididas por el Sr. Nuncio Apostólico y distinguidos Sacerdotes Diocesanos y Religiosos. Sus restos mortales fueron colocados en una pequeña capilla ubicada al lado sur del templo de San Diego.
El 30 de abril del 2015 con las debidas licencias y después de 50 años 6 meses y 4 días, fueron exhumados los restos de la Venerable Sirva de Dios y colocados el 2 de mayo del mismo año, en el nuevo sepulcro, en el Santuario Eucarístico ubicado en Cununyacu.
A su muerte la congregación contaba con 23 casas en Ecuador, 2 en Chile y 1 en Venezuela.
Se distinguió por su espíritu de oración, de abnegación, humildad, dulzura, su amor ardiente a la Santísima Eucaristía y a la Virgen María, su amor entrañable a los pobres, y obediencia fidelísima a la Iglesia y al Papa.
Acogemos el mandato de Cristo “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación” a través de atención a los niños, niñas y adolescentes que estudian en sus centros educativos.
Misión y Evangelización
Pastoral Educativa
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